Gato por liebre

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No pedí una Bic en el kiosco. Simplemente pedí una birome, la pagúe $1.50 y seguí mi camino. No fue hasta hoy a la mañana que me di cuenta de que me habían cobrado el gato al precio de la liebre...


Cara de avión II

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Fuente: http://amigosvirtuales.forogratis.es/blog/
En cuarto año del secundario, el profe sostenía justo debajo de su boca una hoja de papel N° 3, de modo que caía. Sopló... y la hoja se levantó hasta quedar casi horizontal. Explicaba que el aire a velocidad generaba una baja en la presión por arriba de la hoja, lo cual generaba la sustentación de la misma. O algo así. Ese fenómeno físico, en apariencia tan simple, es la base del funcionamiento de los aviones.

Me gusta mirar el despegue de los aviones. Creo que hasta imagino la cara de embobado que debo poner al mirarlos cuando se separan del suelo y parten rumbo hacia el cielo. Un acontecimiento bastante particular, que me lleva a un montón de cosas, pensamientos, reflexiones, más allá del simple hecho de la máquina voladora que emprende viaje. También recuerdo mi jardín de infantes, a pocas cuadras de Aeroparque, y los aviones que pasaban sobre nosotros con sus motores que aturdían, ya sea partiendo o llegando a la ciudad.

Ya de grande (se podría decir que casi de adulto), me hallaba una tarde frente a la reja celeste de Aeroparque, repitiendo algún paseo de cuando era pequeño. Miraba detalladamente todos los aviones. Los medianos de LAN, los enormes (¡y ruidosos!) de Aerolíneas, otros minúsculos que llevaban unas pocas decenas de personas, o aun menos. Notaba cómo el ángulo de despegue del avión parece depender del tamaño del mismo, pero no me puse a hacer ninguna estimación física de ello. Los seguía atentamente con la mirada, desde que iban carreteando lentamente hasta que se posicionaban para despegar. Esperaba, con mi cabeza girada hacia la derecha, ansioso, el momento en que, finalmente, esos motores desplegaran toda su potencia y los hicieran acelerar a velocidades otrora inimaginables.

Cabeza rápidamente hacia la izquierda, para no perderme ningún detalle. Las ruedas delanteras que se separaban de la pista. El avión que parece levantado desde delante por un poderoso hilo. Más y más. Hasta que al fin, empieza a volar...

Sonrisa de avión. Tal vez mi propio deseo de volar reflejado en ese gigante blanco que, lenta y a la vez rápidamente, va más y más alto, haciéndose pequeño hasta reducirse a un minúsculo punto... y desaparecer.

Impresionante cómo las frías leyes físicas, tanto trabajo de cálculos interminables, ensayos y errores, convergen finalmente en un invento concreto que se atreve a desafiar (y romper) las barreras de lo posible.

Pausa verde

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Mediodía en Plaza San Martín. Sol tibio, aire fresco, un poco de verde en medio del caos microcéntrico. Gente caminando en todas direcciones (¿quién sabe de dónde vienen y adónde van?), los árboles, las palomas, la bandera que flamea detrás.

Sólo unos minutos para recargar las baterías y volver a la rutina. Apenas un rato para observar la belleza alrededor y renegar de los ruidos que no la dejan en paz. Una buena opción para distenderme y sentirme mejor.

Sería tanto más lindo si estuvieras aquí.
Sólo faltás vos...

Cara de avión

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Voy a volar. ¡Sí! ¡Voy a volar! Muy pronto...

No hablo de ninguna sustancia legal o ilegal. Hablo de conocer nuevos lugares, nuevas culturas, vivir nuevas experiencias. Especialmente la del avión. Suspenderme en el aire por unas horas, para luego abrir los ojos y encontrarme en un mundo totalmente nuevo.

Suena mágico, ¿no? Tal vez lo sea.

Lo seguro es que suena a romper la rutina. Suena a listas de cosas que no debo olvidar. Suena a resurgimiento de la obsesión de oírlo todo, verlo todo, manejarlo todo. Sugiere dejar a un lado el miedo a lo desconocido, a lo imprevisible, y simplemente lanzarse de lleno. Como García cuando saltó desde el 9° B. Señala que habrá gente a la cual extrañaré. Y que también será bueno tener ese lugar, casi forzado, sólo para mí. Será una experiencia que de seguro jamás olvidaré.

Próximo domingo. Horas de la noche. Estaré listo con todo mi equipaje, esperando el momento de pulsar el botón para que inicie esta nueva película. La dosis de acción que necesitaba. Play.

Acción

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I.

Fin de semana. Dos días sin responsabilidades. Chance de disfrutar de, valga la redundancia, los frutos del trabajo. La lista de pendientes rebosa, y yo quisiera tachar esos ítems, uno por uno. Dicen que la acción es la forma de avanzar. Pero sólo atino a quedarme, cansado, en mi cuarto, flotando por ahí. Fue una semana difícil y aún las fuerzas no volvieron a mí.

II.

Ardua tarea la de hacer de los pequeños detalles la esencia de cada día. Difícil encontrar motivación en medio de la rutina, si uno ya sabe qué está por venir y todo es impotencia ante lo inminente. El mismo cronograma, repetido semana tras semana, tal vez con una mínima, insignificante, obligada variación. Necesito algo, pero no sé bien qué es. Sólo sé que a esta película le falta algo...

Trenes

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Voy en trenes. Me organizo según los horarios de los trenes. Sueño con ellos. Los disfruto, los odio, los aprovecho, reniego de ellos... Reales o imaginarios, sobre rieles de hierro o de madera, conducidos por mí o por otros, con destino conocido o incierto...

Interminables vías de ferrocarril se extienden a lo largo y a lo ancho de la tierra. Suben, bajan, atraviesan ciudades, campos, cruzan ríos, desiertos... Todo tipo de lugar es susceptible de recibir la fugaz visita de un tren.

Pero una cualidad propia del tren es tal vez su peor defecto: los rieles.

Sólo puede avanzar, o detenerse. A veces retroceder. Puede atravesar mil lugares. Pero su camino ya está definido. Su origen y su destino fueron fijados por alguien más. Y no puede apartarse de ese camino sin causar destrozos a todo cuanto lleva dentro de sí.

Dos rieles parecen marcar a diario mi camino.
Y sueño con trenes.

(*) Fuente de la imagen (y sin intenciones de propaganda):
Blog de José Luis Gioja